Año: C(I). Semana del salmo: 3. Color litúrgico: Verde.
Otros santos: San Paulino (-644)
Inglaterra
Paulino fue un monje de Roma enviado a Inglaterra por San Gregorio Magno en 601. Tenemos una idea de su aspecto. San Beda lo describe como ‘alto, ligeramente encorvado, pelo negro, rostro delgado, nariz fina y aguileña, de aspecto venerable y sobrecogedor’. Aunque trabajó durante casi veinticinco años en Kent, no se sabe casi nada de este periodo de su vida, salvo que era muy respetado. En 625 desempeñó un importante papel en la conversión de Northumberland, que para entonces se había convertido en el más poderoso de los reinos anglosajones, extendiéndose desde el Humber hasta el estuario del Forth, y desde el mar del Norte hasta los Peninos. Acompañó a Ethelburga (hermana del rey de Kent) cuando ésta se dirigió al norte para casarse con el rey pagano Edwin de Northumbria. El domingo de Pascua de 627 Edwin fue bautizado junto con ‘toda la nobleza y un gran número de gente más humilde’ en una capilla de madera en York.
A partir de este momento, Paulino pudo realizar una serie de viajes misioneros por toda la región, convirtiendo y bautizando a un gran número de personas. Ejerció su ministerio hasta el sur de Lincoln, donde construyó una iglesia de piedra. El éxito de su ministerio fue reconocido cuando fue nombrado arzobispo de York por el papa Honorio I en 632.
Casi al mismo tiempo, su trabajo se vio truncado por la muerte del rey Edwin mientras luchaba contra el líder pagano, Cadwallon. Paulino fue persuadido de llevar a la reina viuda Ethelburga y a sus hijos, por mar, a un lugar seguro en su Kent natal. Él mismo pasó los doce años restantes de su vida como obispo de Rochester. Murió allí en 644.
Otros santos: San Daniel Comboni (1831 - 1881)
Kenia, África austral
Daniel Comboni nació en Italia en 1831. Desde muy joven sintió la llamada a evangelizar a los pueblos de África Central, que en aquella época eran los más pobres y abandonados. Partió hacia África y fundó varias misiones. Presentó un llamamiento a los Padres del Concilio Vaticano I, fundó dos Institutos misioneros y recibió la responsabilidad de todo el Vicariato Apostólico de África Central. Fiel a su lema “África o la muerte” y a su plan para la salvación de África, vivió y trabajó por el éxito de la misión hasta que murió en Jartum (Sudán) el 10 de octubre de 1881, a la edad de cincuenta años.
Sobre el autor de la Segunda Lectura del Oficio de Lecturas de hoy:
Segunda Lectura: San Vicente de Lérins (- c.445)
Vicente nació en Toulouse y, tras una carrera secular, ingresó en la abadía de Lérins, en una isla situada a poca distancia de la ciudad de Cannes, en la Costa Azul francesa. Participó en las principales controversias teológicas de la época, que no eran ni mucho menos estériles disputas académicas, sino que formaban parte del proceso vital de averiguar qué es exactamente el cristianismo. Se opuso al nestorianismo, defendiendo la condición de María como Madre de Dios. Enunció el célebre principio de que “En la propia Iglesia católica, se debe tener todo el cuidado posible, para que mantengamos aquella fe que ha sido creída en todas partes, siempre, por todos (quod semper, quod ubique, quod ab omnibus)”.
La otra gran controversia de la época, que tardó más de un siglo en resolverse, versaba sobre la naturaleza de la gracia. En un extremo estaba el pelagianismo, llamado así por Pelagio, un monje británico (que sostenía al menos alguna forma del mismo): esto hacía de la justificación algo que podíamos conseguir por nosotros mismos. Si se lleva ese argumento lo suficientemente lejos, parece haber poco espacio para la gracia de Dios. En el otro extremo estaba lo que podría llamarse agustinismo, una visión selectiva de San Agustín contra el pelagianismo, según la cual todo lo bueno viene de Dios y nosotros, por nosotros mismos, no podemos conseguir nada bueno en absoluto. Ahora, si se lleva ese argumento particular lo suficientemente lejos, Dios ya ha decidido si estamos salvados o no, y nada de lo que podamos hacer puede tener algún efecto sobre ello, de modo que no tiene sentido realizar buenas obras o evitar el pecado.
La opinión actual es que al encontrar el equilibrio entre estos extremos Vicente mismo era lo que ahora se llamaría un “semi-Pelagiano”, semi-Pelagianismo siendo una especie de doctrina a medias que fue formulada en el sur de la Galia a principios del siglo V y formalmente condenada en 529 en el Segundo Concilio de Orange. Hasta el siglo XVII no se aplicó esta etiqueta particular a Vicente, y en cualquier caso la presencia o ausencia de tal etiqueta no resta valor a todo lo que Vicente enseñó y escribió. El tachar a los oponentes doctrinales de ser depravados e impuros en todos los sentidos es una característica sólo de ciertos periodos históricos – hay que admitir que también del siglo XXI. El propio análisis de Vincent’ sobre el desarrollo de la doctrina aporta sensatez en un ámbito en el que es muy necesaria, y por eso se ha elegido esta lectura para la Liturgia de las Horas.
Color litúrgico: verde
La virtud teologal de la esperanza está simbolizada por el color verde, así como el fuego ardiente del amor está simbolizado por el rojo. El verde es el color de las cosas que crecen, y la esperanza, como ellas, es siempre nueva y siempre fresca. Litúrgicamente, el verde es el color del Tiempo Ordinario, la secuencia ordenada de semanas a lo largo del año, una estación en la que no somos ni penitentes (de púrpura) ni alegres (de blanco).
Lectura de media mañana |
Romanos 1:16-17 |
El poder de Dios salva a todos los que tienen fe -judíos en primer lugar, pero también griegos-, ya que esto es lo que nos revela la justicia de Dios: muestra cómo la fe lleva a la fe, o como dice la Escritura: El hombre recto encuentra la vida por medio de la fe.
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Lectura de mediodía |
Romanos 3:21-22 |
La justicia de Dios que se dio a conocer por medio de la Ley y los Profetas se ha revelado ahora fuera de la Ley, ya que es la misma justicia de Dios que llega por la fe a todo el que cree.
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Lectura de la tarde |
Efesios 2:8-9 |
Por gracia sois salvos por medio de la fe; no por cosa vuestra, sino por don de Dios; no por nada que hayas hecho, para que nadie pueda atribuirse el mérito.
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